sábado, 26 de enero de 2013


Ocho y media de la mañana, la sala de reuniones de la compañía es un hervidero. Hoy la jornada promete ser intensa y en el orden del día solo tenemos un punto, la revisión de algunos de nuestros servicios con el fin de mejorar la oferta de valor que ofrecemos a nuestros clientes. Somos una compañía que se dedica a la gestión de la innovación con lo que, obviamente, debemos predicar con el ejemplo.


Nueve y cuarto de la mañana, por fin nos hemos puesto de acuerdo en cómo abordar nuestro objetivo, nos hemos provisto de café suficiente y empezamos a rellenar la inmensa pizarra a base de brainstorming, mindmapping, diagramas de análisis de riesgos, flujos de trabajo, soporte documental y demás sesudas herramientas de análisis.

Dos y media de la tarde, decidimos encargar comida para no cortar el ritmo. Ya hemos llenado varias pizarras, todo está fotografiado y la sesión está funcionando.

Seis de la tarde, las ideas son buenas, volvemos a estar en punta de innovación y una vez más volvemos a diferenciar nuestro offering del de la competencia. ¡Guau!, seguramente esté mal decirlo, pero realmente somos buenos. Ahora toca entrar en análisis de costes y determinación de precios. Estamos bastante convencidos de que puede funcionar, parece que hemos dado en el clavo.

Ocho de la tarde. Después de hacer mil revisiones, nos damos cuenta de que los costes suben bastante pero, sin embargo, el servicio ofrecido al cliente es de lo mejor.

Nueve y media de la noche. Definitivamente llegamos a la conclusión de que el análisis coste-beneficio de nuestras nuevas propuestas no está claro del todo. Revisamos de nuevo todo el trabajo y nos damos cuenta de que muchas de nuestras propuestas no aportan suficiente valor al cliente, no es lo que el cliente necesita de manera prioritaria. Evidentemente, en algún punto hemos perdido el foco. De repente viene a mi mente una antigua regla de oro en innovación: KISS (Keep it Simple, Stupid). El error ahora está claro: hemos sustituido el punto de vista del cliente por el nuestro. ¡Grave error!.

Es ahí donde está la clave, innovar tiene como objetivo mejorar, pero el reto es conseguirlo de una manera más simple que la anterior y para ello es importante trabajar siempre desde la perspectiva del cliente. Por tanto, innovación y eficiencia es un binomio que nunca deberíamos disociar.

Diez de la noche, damos por terminada la reunión. Borramos la pizarra, las fotografías del móvil, destruimos varias decenas de apuntes y convocamos de nuevo reunión para mañana a las ocho y media. En el orden del día un solo punto: cómo ofrecer a nuestros clientes justo lo que necesitan de la manera más sencilla para ellos. Mañana será otro día.


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